Monday 7 January 2019

ESO NO NOS LO ENSEÑARON: HUMOR, EL PUEBLO ROMANÍ Y UN GIRO INESPERADO.

Bandera internacional del pueblo romaní
[This article is available in English here]


Chistes y "ofendiditos"
El pasado verano llegaba a su fin cuando una serie de chistes elaborados a costa de la población gitana en España dio lugar a cierta polémica mediática. En los debates se trató de los límites éticos y legales del humor y, en general, de la libertad de expresión, cuestión que en los últimos meses retorna semana sí semana no a la discusión pública española, en un contexto desgraciado en el que las parodias de, y provocaciones a, la derecha y aquéllos que históricamente han ostentado el poder en el país conllevan graves consecuencias para sus emisores. En este caso, sin embargo, el colectivo satirizado se encontraba muy lejos de pertenecer a una élite. No es casualidad, por tanto, que en lugar de juicios, multas y penas de cárcel los chistes en cuestión fueran simplemente respondidos por colectivos gitanos y (sí, no lo vamos a negar) también por particulares romaníes profiriendo amenazas de muerte; cosa que, por cierto, ocurre continuamente entre payos en este país, aunque en relación con este caso algunos olvidaron mencionarlo. Tampoco es casualidad que el autor de estos chistes, Rober Bodegas, aparezca y sea homenajeado estas Navidades en el infame anuncio de los cómicos "ofendiditos" («Para todo lo que se ofenden los cómicos, ¿cómo es que la fama de "ofendiditas" la tenemos las demás?», Barbijaputa dixit), y no otros personajes como Dani Mateo, Willy Toledo y la pública a su pesar Cassandra Vera, a quienes su humor, contrariamente a lo ocurrido con Bodegas, sí les ha salido caro.

Malfolladas, frígidas y viejas infollables junto a Unamuno y hasta una sufragista liderando a los "ofendiditos" en el anuncio de Campofrío.
(Con los primeros apelativos uso, por descontado, el argot de algunos adalides de la libertad de expresión, gracias a quienes sabemos qué son realmente las feministas y cuyo extraviado imaginario queda estupendamente ilustrado en esta escena).
No es mi intención tratar aquí sobre los límites legales de la libertad de expresión. Tampoco pretendo centrar mi artículo en la relevante diferencia moral que, a mi modo de ver, sin duda existe entre la sátira sobre quien disfruta de una posición de preeminencia social y la que se realiza sobre quien se encuentra en situación de vulnerabilidad (vaya por delante que agradecí profundamente que algún tertuliano mediático la trazara con claridad este verano), aunque alguna conclusión presentaré con respecto al daño generado por parte de formas habituales de ejercer la libertad de expresión. Sí trataré sobre las circunstancias de la población gitana de este país y los porqués de las mismas, aunque en realidad soy un lego en la materia (un lego que debería y a quien le gustaría ampliar su conocimiento al respecto). Pero, aunque llegue a parecer mentira durante la lectura del artículo, mi conclusión no mantendrá una relación directa con nada de lo referido hasta ahora. Ésta será indirecta. Indirecta pero importante, que nadie se confunda. No obstante, por el momento mantendré silencio con respecto a la idea que en último término me ha impulsado a redactar este texto. Al igual que en muchas obras de ficción, los géneros del ensayo y el artículo de opinión se aseguran a veces el efecto deseado por medio de un giro inesperado en su último tramo. Ésta puede ser una de esas ocasiones.

El pueblo romaní en España
El pasado septiembre, alguien a quien guardo gran estima, viendo conmigo en televisión uno de los debates generados por los chistes de Bodegas, expresó no sin cierta rabia su opinión al respecto de las comunidades gitanas en España, que sintetizo a continuación:

1. Son los gitanos quienes no quieren integrarse en el conjunto de la sociedad.
2. Tienen todas las oportunidades y facilidades para ello, pero no les da la gana.
3. En realidad, no existe un rechazo de los gitanos por parte los payos, tal y como algunos piensan. La prueba es que los payos interactúan con normalidad con los gitanos en los mercadillos donde estos últimos trabajan como vendedores ambulantes.

Ante tales aseveraciones, mis respuestas fueron las siguientes:

1. Imaginar a los roma como comunidades cuyos componentes rechazan de pleno y en su conjunto la integración en el ámbito más amplio de la sociedad española no es sino perpetuar un estereotipo nocivo y falso. No me atrevo a negar que exista entre ellos una fuerte tendencia a la reclusión en grupos marcados por la identidad étnica, la desconfianza con respecto a las instituciones estatales y el rechazo a los modos "payos" de producción y reproducción del conocimiento (tomando prestado el concepto del autor nigeriano Olúfẹ́mi Táíwò). De hecho, a los jóvenes gitanos que se "mezclan" con el resto de la población tras su decisión de acudir a la universidad se les tilda a veces de traidores a su identidad en sus entornos de origen. Sin embargo, que podamos hablar de esos jóvenes sirve como prueba de que el sector gitano de la población es diverso y cambiante, como cualquier otro. Además, debería ser de sobra conocida la lucha por parte de diversos colectivos romaníes por alcanzar representación e igualdad de oportunidades dentro del Estado español, aparte de derribar estereotipos, así como el hecho de que dicha lucha es mayoritariamente liderada por mujeres, quienes tienden a sufrir discriminación tanto fuera de entornos gitanos (soportada sobre dos ejes: el de género y el racial) como dentro de ellos (en las comunidades gitanas el peso de la estructuración y conceptualización patriarcales es a día de hoy superior al de la sociedad española en términos generales, aunque la situación mejora junto a la del resto de la población).


Pero también habría de ser de sobra conocida y, ¡oh, sorpresa!, no lo es la situación histórica de persecución y criminalización de los gitanos en España, cifrada en leyes anti-gitanas desde el siglo XV hasta 1978 y enmarcada en el proyecto de centralización y homogeneización estatal llevado a cabo en Europa durante la Modernidad, que bien puede explicar la desconfianza frente unas instituciones estatales tradicionalmente vigilantes y perseguidoras y la consecuente aprobación de la propia segregación por parte de los grupos gitanos como forma de supervivencia. Y no es esta actitud lo único a lo que puede dar explicación la historia de los gitanos. Como Víctor Hugo retrató en Los Miserables, la criminalización tiende a incitar a la delincuencia del criminalizado. Cuando una persona o un grupo de ellas es sistemáticamente percibido como extraño, perseguido y marginado, uno de sus mayores recursos para la supervivencia son las actividades ilegales, pues han sido privados de las condiciones para sostenerse por otros medios.

2. Desde barrios maltratados y aislados por parte de los ayuntamientos al imaginario que les caracteriza como violentos, ladrones y poco fiables (aunque las leyes anti-gitanas hayan desaparecido, los estereotipos persisten, y más si no se ponen en práctica políticas adecuadas para reparar los daños cometidos), parece que las condiciones para la integración de los gitanos no son tan óptimas como muchos creen. Es realmente cómodo sentarse de brazos cruzados a esperar que ellos den los pasos supuestamente apropiados para abandonar su aislamiento mientras se obvia la cantidad de barreras económicas, culturales, sociales, psicológicas e incluso geográficas que han de superar.

Yo mismo me vi envuelto en un desafortunado malentendido originado por el peso de siglos de estigmatización cuando trabajaba para costearme los estudios en un establecimiento perteneciente a una cadena de pizzerías. Como es habitual en el ámbito de la comida rápida, los clientes pagaban su pedido en el momento de realizarlo y recibían un ticket antes incluso de que la pizzas comenzasen a ser preparadas. En el caso de que les apeteciera empezar a tomar sus bebidas mientras esperaban las pizzas, los empleados tachábamos por norma las bebidas especificadas en el ticket para evitar servirlas dos veces. Así lo hice una noche en que un grupo de romaníes elegantes, jóvenes y atractivos (un hombre y dos mujeres) pidieron su cena en el establecimiento. Al solicitarles de vuelta el ticket para tachar las líneas correspondientes a las bebidas que les estaba entregando, dieron por hecho que lo hacía motivado por la desconfianza hacia los miembros de su etnia. Es decir, se manifestó en ellos un estereotipo sobre los payos: el de que todos los payos creen los estereotipos sobre gitanos. Nada más lejos de la realidad en mi caso, pero no habría manera de convencerles de ello. Ante su cabreo, les expliqué que me había limitado a seguir la normativa aplicada a todos los clientes. No me creyeron.

Ésta es buena muestra de una dinámica extendida entre gitanos y payos, dinámica de desconfianza mutua que obedece a una estigmatización causante de heridas difíciles de cerrar. Cuando una persona de etnia gitana asume que en el mundo de los payos será vista con recelo o incluso rechazada desde el primer instante, parece complicado que se plantee con seriedad el salir de su ámbito habitual para "mezclarse" con el resto (que no se me malentienda, no todos los gitanos viven segregados, pero sí una parte importante de ellos, y a éstos es a quienes me acabo de referir). Por esto mismo, chistes como los de Rober Bodegas hacen daño. No sólo perpetúan la imagen negativa que de los gitanos tienen los payos, sino también la que de los payos han llegado a tener los gitanos a base de discriminación. Hay manifestaciones que contribuyen a aislarnos unos de otros, y el monólogo de Bodegas es un ejemplo perfecto.
Primera imagen de gitanos andaluces
Comienzos de la década de 1860

Por otra parte, no se puede dejar de lado el hecho de que tras los discursos de integración muchas veces se esconde un ideal de adaptación por parte de los gitanos a los modos de la clase media blanca, que no es sino la forma actual del ideal homogeneizador de antaño. (Quien, como yo, tenga serias dudas de que dicha clase media todavía existe, se puede quedar con la expresión "los modos de los que solían ser clase media"). A finales del siglo XVIII, por ejemplo, Carlos III decidió concederles la ciudadanía española con la condición de que, entre otras cosas, abandonasen su vestimenta y su lengua (el caló, no reconocido por el Estado español). En definitiva, por integración lo que muchas veces se entiende es asimilación, como se refleja sin tapujos al inicio del monólogo de Bodegas. Este tema puede dar mucho de sí, pero lo que ahora me interesa resaltar es la ya mencionada posición de sentarse y esperar adoptada por igual por payos progres y biempensantes, que sitúan la responsabilidad de la segregación gitana en la falta de voluntad por parte de los gitanos, sin percatarse de la necesidad de realizar esfuerzos desde todos los lados, esfuerzos conducentes a un diálogo que puede llevar al diseño de políticas efectivas de verdadera integración.

3. En cuanto a las relaciones entre gitanos y no gitanos en los mercadillos, mi interlocutor caía de nuevo sin pretenderlo en el estereotipo. Los gitanos delinquen, pasan droga (Bodegas lo deja bien claro) y trabajan en mercadillos. Apuesto a que buena parte de la población española asentiría ante esta afirmación, así como el público reía y aplaudía casi al unísono los dardos envenenados del monólogo. Mi impresión a este respecto es que los mercadillos son el punto de encuentro intersticial en que muchos payos aceptan el trato con los gitanos, siempre y cuando sean estos últimos quienes "sirven" a los payos desde detrás de las mercancías que ofrecen. Fuera del ámbito de la venta ambulante, que goza de una consideración social particularmente baja, los payos prefieren a los gitanos no asimilados lejos de sus vidas.

"Yo no soy racista, pero..."
Durante la conversación, mi interlocutor, persona de gran corazón y poco tendente al prejuicio, manifestó su acuerdo con muchos de mis argumentos. Sin embargo, también manifestó su simpatía por ciertos personajes públicos de etnia gitana y cualquier otro romà que intente escapar de la cultura en que supuestamente se han criado. Y digo "sin embargo" porque, inadvertidamente, mi interlocutor expresaba de nuevo la posición de espera y exigencia que pone exclusivamente en manos de los gitanos su integración. Además, con esas palabras pretendía zafarse de una acusación de racismo que, aunque no expresada por mi parte, podía serle legítimamente realizada. Fue entonces cuando, tal y como yo había hecho, mi interlocutor me presentó su ejemplo, la experiencia que le había marcado, que le había dolido incluso, aunque sólo había participado en ella como espectador, la experiencia que suscitó en mí las reflexiones que me han empujado a escribir estas líneas.

A lo largo de varios años mi interlocutor habitó en un vecindario humilde y, por tanto, dados los tiempos que corren, multiétnico. Tenía vecinos blancos de origen español, tenía vecinos norteafricanos, tenía vecinos latinoamericanos y tenía vecinos gitanos. Concretamente, una familia de cuya ampliación con la llegada de dos niñas fue testigo. Y me contó horrorizado cómo esas niñas, al crecer, no habían sido escolarizadas. O quizás sí, pero no asistían a clase.

Mi interlocutor no comprendía cómo esos padres que compartían su cotidianidad con personas de otras extracciones culturales, que veían en televisión otros modelos posibles de vida, que vivían frente a un colegio en el que entraban y del que salían diariamente niñas de todas las edades, podían despreocuparse de tal manera de la situación presente y futura de sus hijas. La única forma que había encontrado de conferirle sentido a esa actitud era entender como característica fundamental de la cultura gitana el desprecio por la educación, idea que, tal y como él la presentaba, se encuentra íntimamente ligada a la culpabilización del colectivo. A su vez, no obstante, sostenía su negativa a considerarse racista debido al respeto y admiración que profesa a los gitanos que deciden vivir de acuerdo a unos modelos "menos gitanos" (no son palabras textuales, sino mi traducción).

Bien, vayamos por partes:

-Padres y madres irresponsables los hay, desgraciadamente, en todos los grupos sociales.
-Es verdad, sin embargo, que la falta de escolarización y el absentismo han sido problemas especialmente marcados entre la etnia gitana por motivos que resultarán obvios si se ha leído todo lo anterior. Pero también es verdad que la situación ha mejorado considerablemente en las últimas décadas. Hoy en día la tasa de escolarización de niños y niñas gitanos en educación primaria es casi del 100%. Sigue habiendo, por desgracia, preocupantes cifras de abandono en niveles superiores de la educación, que encuentran explicación no sólo en factores culturales, sino también en la situación socio-económica de las familiasaunque éste último no era el caso de la familia en cuestión.
-Juzgar únicamente a los padres y a su grupo social por el absentismo escolar es una posición sumamente parcial. Convendría preguntarse qué medidas toma el Estado para evitar que situaciones como ésta no se produzcan.
-Estigmatizar a todo un grupo étnico (exceptuando a quienes quieren "escapar" de él) a partir de actitudes particulares de personas particulares ES RACISMO.
-No entender que las tendencias comportamentales de un grupo étnico no se explican por supuestas características esenciales del mismo ni de aquéllos que lo componen sino en base a la interacción entre distintos grupos TAMBIÉN ES RACISMO.
-Codificar en términos de liberación o huida de su comunidad de origen el deseo de progreso en oportunidades e igualdad político-social intra- y extragrupales de los individuos portadores de las marcas de un colectivo étnico es olvidar que cualquier grupo social es por fuerza heterogéneo. Y esto, de nuevo, ES RACISMO.
-Ver la televisión en la España de los ídolos del fútbol, la España de Mujeres y Hombres y Viceversa, la España de Sálvame y Belén Esteban, la que pone en el gobierno a una organización criminal de farsantes y privilegiados adalides de los mensajes vacíos, en la España de VOX, no tiene por qué formentar el amor por el saber ni la valoración de la educación como garante de oportunidades. Verla en el mundo de Trump, las Kardashian, los influencers y la posverdad, tampoco.

Participantes del programa Mujeres y Hombres y Viceversa,
brújulas morales y existenciales de nuestra era.

El giro
Y hete aquí que en hablando de estas cosas llegó a mí. Clara la idea por primera vez, la viví como una revelación. ¿De verdad estamos dispuestos a creer que los españoles, al escolarizar a sus hijos, lo hacen por una valoración genuina del conocimiento? ¿Estamos dispuestos, al menos, a creer que para la mayoría es ése el motivo? Me inclino a pensar que hasta ahora se ha tratado más de una cuestión de oportunidades laborales. Pero en la España de los ídolos del fútbol, la España de la crisis, la España de Mujeres y Hombres y Gran Hermano, incluso esto último es difícil de creer. ¿No se tratará más bien de que la escolarización de los hijos es una parte más del camino marcado que mucha gente, como autómatas, sigue irreflexivamente? ¿De ese camino que va del colegio al coche, del coche a la boda, de la boda a los hijos y de los hijos al colegio, esta vez como padres?
Cartel publicado por el colectivo
romaní Ververipen tras las
elecciones andaluzas que
dieron doce escaños al partido
ultra-derechista VOX.

Se exige a los romà que por sí mismos se percaten del valor de la educación en un país en que tantos carecen de esa capacidad. Se les pide que abandonen su "ser gitano" (condición obviamente mal concebida) por un modo de vida que los demás no han elegido consciente ni libremente, sino que les ha venido impuesto y que valoran simplemente porque es el suyo; y también, seamos sinceros, porque, siendo el dominante, a veces les proporciona la chispa de placer que supone el sentirte superior, más concienciado e inteligente que tus vecinos.

Si en este país se valoraran realmente la educación y la cultura, ni el fútbol ni Sálvame, ni VOX ni C's ni el PP, disfrutarían de tanta popularidad. Si se valoraran la educación y la cultura, aunque fuera únicamente por sus posibles réditos económicos, se exigiría de forma masiva una mayor inversión en investigación. Si se valorara la educación no se discutiría sólo de presupuestos, no sólo de religión sí o religión no, sino que se pelearía por una verdadera educación, una que nos enseñara, entre otras cosas, a entender los procesos que segregan a las personas. Si en este país se valoraran realmente la educación y la cultura, todos habríamos aprendido a ver la viga en nuestro propio ojo y no sólo la paja en el ajeno. Pero eso, por desgracia, no nos lo enseñaron.



También disponible en inglés en Medium

WE WEREN'T TAUGHT THAT: HUMOUR, THE ROMANI PEOPLE AND AN UNEXPECTED TURN

International Romani flag
[Este artículo está disponible en Castellano aquí]

Jokes and "ofendiditos"
Last Summer was ending when a series of jokes elaborated at the expense of the Gypsy population in Spain ("Gypsy", or "gitano", is not a derogatory term in my country) gave way to certain controversy in the media. In different debates, the ethical and legal limits of humour were discussed, as well as, in general, freedom of expression, an issue that, in recent times, has been returning every other week to public examination in an unfortunate context where parodies of, and provocations to, conservatives and those who have historically held power in the country result in serious consequences to their creators.

In this case, however, the satirised collective was very far from belonging to an elite. It wasn't by chance, thus, that instead of trials, fines, and prison sentences, the jokes I’m talking about were simply contested by Roma collectives and (yes, I won’t deny it) also by Roma individuals uttering death threats; a situation that, by the way, happens all the time between white people in Spain, a fact that some forgot to mention with regards to this case.

WE WEREN'T TAUGHT THAT: HUMOUR, THE ROMANI PEOPLE AND AN UNEXPECTED TURN

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